lunes, 3 de junio de 2013

Las rejas eran dulces; raídas, oxidadas, viejas y gastadas, pero dulces. Su mirada era dulce. También desgastada, también cansada, pero acogedora y tierna. ¡Cuánta dureza y frialdad en su oscuro rostro¡, ¡ y cuánto amor¡ ¿ Por qué lo fui a visitar? Ya sabía desde hacía tiempo que no volvería a estar con él nunca más. Sí, antes dije amor. Nos amamos. Nos seguimos amando, porque el amor es eterno o solamente instintivo y cuando se entrega nunca se termina de ofrecer y de dar; en cualesquiera de sus versiones, modos o teatrales falsificaciones.

Lo encerraron ocho años por tráfico de drogas. Esas sustancias que tanto gustan, tan lúdicas, hipnotizantes e hiperbólicamente jodidas. Todavía no sé si él alguna vez las había llegado a consumir, y esa ignorancia mía creo que era un punto a su favor. Lo que sí que sé es que estaba metido en esos ingenios y trapicheos hasta las corvas. En su barrio si eres espabilado y con destreza no te pones a estudiar estructuras ni axiomas intelectuales, ni discursos legales, ni razonamientos económicos, ni artificios lógicos o matemáticos. Simplemente follas, tuneas un fantástico y  potente vehículo, te ciclas para desarrollar un volumen proteico amenazador y traficas.Él, jefe, capo o jefecillo del tinglado vecinal, delgadito y fibrado, con un ciclomotor heredado de una prima jacosa y mayor, especulaba con éxito esos simples purificados por los que te llegan a encerrar, y me follaba a mí, un chico de familia bien, tres años menor que él.

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