domingo, 23 de junio de 2013

Aquel día me dijo: hoy no vengas a mi casa, nos vemos en las Canteras. En frente del Auditorio le esperé más de media hora. Llegó sofocado pero con una gran sonrisa. Solía sonreír pero era más una mueca, un amuleto social con el que jugaba y dirigía las voluntades cercanas y ajenas que un estado de gracia o empatía que compartir. En su mano llevaba un periódico; sí, un periódico, algo inusual que me extraño mucho y me hizo olvidar el calentón que estaba cogiendo por su tardanza. Me dijo que íbamos a ver un piso para alquilar, y así vernos sería más discreto y que podríamos quedar sin ninguna preocupación a chismes ni habladurías. Me pareció que en su manada en particular  y en su  barrio en general, ya se empezaba a especular e inventar sobre nosotros. En las Palmas aún siendo abierta y portuaria quedaban todavía restos de ancestral  intolerancia. Pero sobre todo, la posible posición de debilidad que a él le podría acarrear en sus negocios  nuestra relación fue el factor mas decisivo.

En mi casa también se empezaron a hacer preguntas.Yo había dejado a mi novia, de quedar con mis amigos, de asistir a los entrenamientos de hockey sobre hierba en el equipo de mi colegio. Mi familia era pudiente y de corte liberal. No creo que les escandalizasen mi nueva recién estrenada homosexualidad. Lo que no aguantarían ni podrían asimilar es que mi relación afectiva y sexual estuviera aposentada dentro de lo marginal, del submundo del que huye despavorido y avergonzado todo buen burgués.  Idiomas, ropa cara, deportes elitistas, club de gente escogida y con dinero, posibilidades de formación en el extranjero eran las posibilidades que me otorgaban y dispensaban el estatus social de mis padres. Yo cada vez le quería más a Eduardo, lo que fue  al principio sexo agresivo e instintivo mezclado con ternura y protección se estaba convirtiendo en  cariño y amor. Estaba descubriendo a una persona inteligente y buena.   .

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